sábado, 25 de abril de 2015

A veces fingimos ser, estar o parecer.

Quería escribir algo que sonara como un adiós y que no sonara ninguna canción de fondo.
Algo tranquilo, estable, una llamada de socorro de alguien que tiene que decirte adiós pero que no quiere.

La única razón eres tú.
No nos engañemos. Nunca fuiste lo suficiente ni demasiado. Nunca encajaste ni te sobraste. Te encanta jugar y yo he perdido hasta la piel. 
Qué quieres que te diga, creo que nadie va a saber curar esto. Y no lo voy a magnificar ni a darle la grandeza que no tiene porque tú nunca sonreíste al besar, pero sí apretabas la mano al correrte.
Tal vez alguien pueda enamorarse de ideas, de conceptos elementales que haya generado su cabeza por motivos equis en los que tú no entras en la ecuación.

A mí nunca nadie vino a resolverme.

Para qué mentirte, si ya lo haces tú. Podría decirte las razones por las que me resultó interesante estudiar tu boca y podría escribir un libro. Lo juro. Pero parece que la humanidad la conoce mejor que yo y que han escrito una enciclopedia entera.
Querría decirte, también, que nunca jamás escribiría esto desde el rencor, ni desde el mínimo rincón de sentimiento que tenga de ti asomándome a algún recuerdo de cuando me abrazabas en la cama. Lo juro, porque si lo hiciera, estaría escribiéndote un réquiem y no una carta de despedida.

Podría hablar de mis manías convertidas en mirar las tuyas. Y del pelo, que ojalá pare de crecerte. Podría decirte con qué canción dormimos la primera vez juntos y con cual follamos un jueves de vuelta de fiesta. 

Créeme, Madrid ya era bonita sin ti, aunque tú llegaras antes.

Mientras, solo me queda decir que la vorágine siempre llega, siempre pasa, siempre está alerta. Y a lo mejor viene para quedarse la semana que viene.
A lo mejor llega a tus manos en pocos días.


T.

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